Segunda Parte
Según vimos en nuestra nota anterior, la costumbre de vivir en el límite tendría, como una de las posibles motivaciones, la pretensión de evadir con cierta justificación y elegancia la responsabilidad y el desafío de cambiar los modelos mentales rutinarios y de acceder a la mejora y desarrollo personal. Salvo situaciones imprevistas e inciertas, vivir en el límite es una de las tantas maneras para no responder a las exigencias del cambio, simplemente por el hecho de estar ocupado y absorbido en muchas cosas. En tal sentido, aquellos casos en los que inciden situaciones de urgencia constituyen el escenario ideal para quien gusta vivir en el límite, pues las condiciones planteadas por la urgencia incitan a un activismo desenfrenado si el protagonista no aprendió a disponer de su tiempo con razonable equilibrio.