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Sentido pedagógico de la sanción y la pena

Liberación mental desde la propia corrección 

En estricto sentido pedagógico, toda sanción conlleva la idea de la corrección. Pero para que haya corrección debe haber aprendizaje. Cuando un padre aplica un castigo, no lo hace por desahogo o venganza, a pesar del fastidio de la acción incorrecta. Salvo las excepciones burdas, ligadas al descontrol de la mente, todo padre considera a la sanción o castigo que aplica a su hijo, el medio más adecuado que en ese momento tiene a su alcance para lograr aquello que considera más importante para él: la toma de conciencia y la posterior auto-corrección de su conducta.

Cómo lograr ser el que quiero ser

Cuando los padres impiden la identidad de sus hijos

Una de las razones de nuestra insatisfacción en la actualidad, proviene del hecho que consideramos que no somos felices porque no somos aquel que quisiéramos ser o aquel que quiso ser y no pudo por imposición externa o dejadez. Esto conlleva un estado de ánimo en el que tanto lo que hacemos como nuestra vida misma no nos satisfacen ni dan alegría cotidiana. Por eso, nos sentimos compulsivamente volcados a lograr metas que alguna vez estuvieron en nuestro imaginario personal y que simbolizaron el logro de la felicidad. Y es muy posible que en base a ese imaginario construyéramos el edificio de nuestra realidad personal.

Cómo motivar a un hijo adolescente

El talento postergado por la comodidad y el desgano



Una de las mayores inquietudes de los padres en la actualidad consiste en la falta de voluntad con que sus hijos adolescentes encaran las responsabilidades propias de su etapa formativa. Les preocupa no saber qué hacer para ayudarlos ante la apatía y el desgano que convierte a los jóvenes en seres indiferentes y faltos de motivación para responder al esfuerzo cotidiano. Si a ello se agrega la seducción que ejercen la cultura del vale todo y la propensión a lo fácil, se podrán comprender el atascamiento y la parálisis en que muchos jóvenes se encuentran respecto del futuro. 

El estigma agresivo de la soberbia

La violencia blanca que conduce a la humillación ajena 


Dicen que cuando dios decide perder a algún ser humano, le envía la soberbia. Parecería ser que para corregir, enseñar o castigar a quien transgredió alguna ley universal, a pesar de ello el todopoderoso le otorga posibilidades de recuperación y encauzamiento; jamás busca perderlo. Pero, siguiendo la metáfora, a quien querría perder para siempre y ausentarlo de su mirada le envía algo aparentemente liviano y sin contenido punitivo. Simplemente le envía la soberbia, que lo ha de enceguecer y alejar de todo, a fin de quedar fuera del circuito de la rehabilitación y de la auto-corrección. Así, con la soberbia el individuo queda fuera de sí mismo, alejado de la realidad y marginado de la comunidad de amigos y del vínculo afectivo con los demás. 

El estigma degradante de la envidia

Segunda parte 

Reversión del elogio y distorsión del esfuerzo como formas de violencia blanca 


En nuestra nota anterior mencionamos el estado de abatimiento que padece el envidioso por la falta de confianza en sí mismo, al quedar sumergido en las sombras del éxito ajeno. Ese estado degradante de la envidia se origina en procesos cognitivos que, por acción u omisión, por exceso o por defecto en la educación recibida en el pasado, generaron situaciones por las cuales, desde temprana edad, el niño advierte que lo que le gustaría poseer ya lo tiene otro y, en ausencia de un proceso reflexivo y de comprensión, fomenta un disgusto creciente ante la posesión ajena. Es lógico que este sentimiento se origine en quien, como el niño, todavía no ha logrado completar su formación con la toma de conciencia de sí mismo y de los demás. 

El estigma degradante de la envidia

Primera parte 

La violencia blanca que inhibe la alegría y la creatividad humana 


¿Cómo y por qué surgió la envidia en nuestras vidas? ¿Qué registros conscientes tenemos acerca de su origen? ¿Por qué nos incomoda el éxito y el bienestar ajenos? 

Violencia blanca y maltrato mental

Sus artífices y mentores ocultos 



Cuando se plantea el tema de la violencia, casi todo el mundo relaciona la misma al campo de los fenómenos visibles y de ejecución fácilmente demostrable por las formas exteriores de su manifestación a través de episodios que van de lo trivial a lo aberrante. Es la violencia en sentido genérico, que suele dejar marcas físicas (y mentales) aunque sean leves. Pero no se advierte la ejecución de lo que sería la “violencia blanca”, cometida de manera sutil e imperceptible, al punto de no ser registrada ni advertida por quien la sufre. A diferencia de la violencia física, que tiene como destinataria a cualquier parte del cuerpo, la violencia blanca se ejerce en la mente y la sensibilidad de la víctima. Es decir, tiene como destinataria el mundo interno y silencioso de quien la padece. 

Adultos ociosos y sin autoridad

Cómo llegar a ser dueño de sí mismo 


En nuestra nota anterior, planteamos la responsabilidad de todo educador de formar a sus hijos o alumnos, según el caso, para que en el futuro puedan lograr un aprovechamiento del tiempo libre y evitar buscar, a modo de “relleno”, vivencias carentes de sentido en la frivolidad de ciertos entretenimientos. Para lo cual, era necesario que los jóvenes aprendieran a organizar su mente y usar debidamente la inteligencia a fin de evitar el vacío, el aburrimiento y la rutina, propio de quienes no tienen nada que hacer porque están ociosos. Este es el desafío formativo de todo adulto que, por su experiencia, se supone que aprendió no sólo a usar el tiempo libre y hacerlo productivo, sino también a enseñar esto a quienes todavía están aprendiendo a vivir. 

Creatividad para el ocio versus rutina ociosa

EDUCAR PARA EL OCIO PARA NO TENER JÓVENES OCIOSOS


(Un nuevo escenario para padres y docentes)


Dicen que para ser creativo hay que disponer de cierto ocio. Puede ser así. También dicen que la tecnología acelera los procesos y procedimientos y que de esa manera se generan espacios de ocio. También los griegos hablaron del ocio. Y siguiendo la lista de los que dicen cosas relacionadas con el ocio, está la más elegante de todas y que forma parte de un capítulo de las ciencias de la educación. Ese capítulo postula, ya desde hace varias décadas, educar a las nuevas generaciones para el ocio. 

LOS JÓVENES NO ESCUCHAN, SIMPLEMENTE MIRAN

Un análisis pedagógico de la incoherencia 


Con la presente nota finalizamos una breve secuencia de reflexiones relacionadas con la Escuela para Padres. A sugerencia de algunos lectores, trataremos hoy un tema que, si no se lo profundiza, los padres podrían pensar que sus hijos actúan por rebeldía y cierto desdén. Se trata de la tan mentada queja acerca de que los adolescentes parecería que no escuchan a sus mayores. Esto es verdad; los adolescentes y jóvenes no escuchan a sus mayores. Pero lo que éstos no saben, o saben a medias, es que aquéllos los miran con mucha atención, al punto de no perder el más insignificante de los detalles. 

No interesa la caída sino la capacidad para levantarse

Proteger a un hijo no implica impedirle que tropiece


Una de las características de nuestra cultura y que se manifiesta a lo largo de la vida de todo ser humano, es prevenir e impedir los tropiezos y las caídas, sobre todo cuando están en juego los propios hijos. Este es el comportamiento habitual por el que los padres, en general, viven pendientes y alarmados ante una posible caída o tropiezo de sus hijos, asimilándolo a la idea de fracaso, con la consiguiente angustia y dolor que quisieran evitarles a toda costa y con alta dosis de sobreprotección.

OPTAR ENTRE EL DERECHO AL RUIDO O EL DEBER DEL SILENCIO

La mayoría de los padres se atribuye y ejerce un derecho que, con apariencias de beneficio, termina siendo un verdadero perjuicio y obstáculo para el desarrollo de sus hijos. Es el derecho a intervenir y a hacer “ruido” con palabras y sugerencias que, aunque a veces suaves y generosas, terminan por aturdir la mente necesitada de silencio de quien busca la verdad sobre sí mismo. Este acto consciente es un acto silencioso y sereno; se opone al ruido de las palabras y de los comentarios y opiniones que provienen del exterior. Paradójicamente, en no pocas familias prevalece un ruido que dispersa y distrae esa búsqueda.

MIS HIJOS ME QUIEREN PERO NO ME SOPORTAN

MIS HIJOS ME QUIEREN PERO NO ME SOPORTAN

Esta es la expresión que surge de una sensación habitual en muchos padres que, a pesar de ser conscientes y estar convencidos del amor de sus hijos, refleja gran desconcierto, desazón y angustia. De allí que algunos padres se sientan decepcionados por una suerte de ingratitud que no es tal, otros se sientan cada vez más perplejos por una agresión que no es tal y otros permanezcan indiferentes o resentidos por una actitud que no se alcanza a comprender.