Una hipótesis sobre la contradicción humana
Sin embargo, dicho enfoque es insuficiente y
hasta puede tener cierta ingenuidad, pues se fomenta el comportamiento honesto
por razones de conveniencia social y se soslaya la razón fundamental por la que
se legitima la validez de toda acción moral. De allí que es muy probable que
quienes creen actuar de manera honesta, en realidad han aprendido a desarrollar
y automatizar conductas socialmente aceptables por la vía de imposiciones y bajo
el temor implacable de no ser aprobados socialmente. Esto determina la
diferencia entre una ética ejercida por mera conveniencia interesada y una
ética sustentada en la íntima convicción.
Por eso, no basta ni es suficiente responder, ante
ciertas circunstancias, con una conducta ya prefijada por las costumbres y
tradiciones y que se instaló en la sociedad como un formato que provoca la
aceptación ajena. Lejos de esta suerte de mandato extrínseco alejado de la
íntima convicción, es necesario tener constancia interna del aprendizaje
llevado a cabo de manera consciente y autónoma para lograr cualidades y
virtudes sin haber tenido que apelar al temor o a la conveniencia.
En tal sentido, podríamos decir que ser honesto
por temor o conveniencia, en realidad no es ser honesto, pues tal
comportamiento no emerge de un aprendizaje consciente sino por automatismos
inculcados mecánicamente por la familia y la cultura social. En sentido
riguroso, estaríamos en presencia de un comportamiento aparentemente honesto,
tal como ocurre frecuentemente en quienes actúan frente a los demás ostentando
una conducta revestida con apariencias de honestidad y corrección.
Esto nos lleva a concluir que la conciencia
individual, a diferencia de las imposiciones de la costumbre, dictamina el
sentido y la validez de lo honesto, al punto de que aún cuando el
comportamiento pueda aparecer honesto, tal honestidad no es tal si el dictamen
implacable de la conciencia está ausente.
Por eso, entrando en un plano polémico e
hipotético, podríamos decir que el deshonesto, en la medida que sea consciente
de su condición, quizás pueda estar más cerca para decidir revertir por sí
mismo su propia situación y superarse frente a quienes adoptan conductas provenientes
de una moralidad automatizada que se comporta como la “mordaza” propia de una
robotización del pensar y sentir. En este caso, se desliza una falsa percepción
acerca de sí mismo, dado que el sujeto cree haber alcanzado una conducta ética
mediante una supuesta e imaginaria práctica de los valores inculcados a través
del temor o la conveniencia interesada.
Este desplazamiento de la conciencia y de la
íntima convicción es el caldo de cultivo para que las pretensiones autoritarias, la rigidez de
la tradición, la avidez por pertenecer y la necesidad de la aprobación social utilicen un sistema de imposición de normas
debeístas y el recurso de la culpa y el temor como instrumentos de sumisión
alejado de toda convicción e incompatible con la autonomía de pensamiento.
Surge, en todo este proceso de sumisión, un
paralelismo entre la forma conductista de enseñar contenidos rígidos de
aprendizaje y la forma, también conductista, de resolver y superar de manera
aparente la lucha y las tensiones de las pulsiones instintivas del egoísmo y la
conveniencia mediante un catálogo de prohibiciones. Utilizar un repertorio de
imposiciones conduce a la coerción mecánica del obrar, sin generar capacidades
que permitan resolver con convicción dicha lucha con decisión autónoma y no por
el temor y la conveniencia de evitar los efectos y consecuencias adversas
provenientes de la conducta deficiente.
Por esto nos cuesta ser honestos, ya que en ese
contexto conductista no se ejercita la libertad ni la íntima convicción frente
a los valores, sino la sumisión por las vías de la culpa y el temor. Al obrar
sin esa convicción consciente, en realidad terminamos por no ser honestos,
aunque creamos que lo somos, con el
agravante de que tal creencia nos lleva a experimentar la burda sensación de
satisfacer los reclamos de honestidad de la convivencia humana. Esta es una de
las hipótesis más profundas acerca de a
contradicción humana, pues cala a fondo el comportamiento y la conducta de los
individuos teniendo en cuenta aquello que lo diferencia y le confiere su más
alta dignidad, que es la conciencia.
Esta hipótesis explica la raíz cognitiva del por
qué nos cuesta ser honestos, pues careciendo de la íntima convicción de lo
honesto, la apariencia sustituye la conciencia individual y se comporta como la
máscara que oculta el vacío de una cualidad que no se posee. Así, emerge una
ética de la costumbre, aceptada y practicada por una sociedad que da por válido
y no cuestiona el ejercicio de hábitos mecánicos cuyo origen no reconoce a la
conciencia ni coloca a la íntima convicción como elemento ético central de la
vida humana.
Excelente articulo! Por si te interesa, me parece que esto mismo que has sintetizado en unos pocos párrafos se encuentra desarrollado plenamente en la Fundamentacion de la metafisica de las costumbres de Kant y luego en las críticas de Nietzsche a la moral kantiana.
ResponderBorrarMuchas gracias por el aporte. Trataré de indagar los trabajos de Kant y Nietzsche que me sugeriste. He visto el video “Bailando el abismo” cap1. y me parecio muy bueno. Creo que el aprender a pensar es el meollo de cualquier proceso ligado a la construcción del conocimiento. Saludos
Borrar