El estigma degradante de la envidia

Primera parte 

La violencia blanca que inhibe la alegría y la creatividad humana 


¿Cómo y por qué surgió la envidia en nuestras vidas? ¿Qué registros conscientes tenemos acerca de su origen? ¿Por qué nos incomoda el éxito y el bienestar ajenos? 


Si bien tales preguntas tienen difícil respuesta, hay algo que todos sabemos acerca de la envidia: es un defecto complejo que avergüenza y degrada a quien lo padece. Ello, al punto de que estamos mejor predispuestos a aceptar muchos defectos y características negativas de nuestra personalidad frente a los demás, sin que nos perturbe o incomode cualquier adjetivación que hagan de nosotros. Pero si nuestros allegados nos calificaran de envidiosos, inmediatamente lo negaríamos, por el simple hecho de su carácter humillante. Por eso, muy pocos dicen a los demás ni reconocen en su fuero interno que son envidiosos. 

La envidia es el sentimiento del menoscabo y del quebrantamiento; quien la siente es porque imagina que su ser tiene una desventaja existencial que lo posiciona siempre en un lugar de poco valor o, por lo menos, en el lugar que le afecta cuando se compara con otro y advierte que éste vale o posee más que el propio envidioso. En realidad, la envidia expresa una “quebradura” de la visión y valoración de sí mismo. 

Quien sufre la envidia detiene su crecimiento y desarrollo personal, pues vive referenciándose en el otro, ante quien se acongoja cuando le va bien o se alegra cuando sufre un percance. Por eso, vive compitiendo y transforma las cualidades y atributos ajenos en amenaza y descalificación, excluyendo con ello la oportunidad de seguir el ejemplo y el esfuerzo de aquél. 

De allí que la envidia es uno de los estados emocionales que provocan mayor estancamiento, genera desaliento y conlleva la pérdida de la motivación personal para desarrollar proyectos y progresar por mérito propio. Además, instala la figura de quien es envidiado en un pedestal de superioridad insalvable, como si fuera imposible acceder a los beneficios que el afortunado posee en términos de bienes materiales, prestigio social, conocimientos o virtudes. Por eso, el envidioso no indaga cómo y en qué condiciones alguien logró un determinado éxito o bienes; simplemente quiere poseer éxito y bienes sin siquiera preguntar cómo lograrlos o intentar aprender para poder acceder a los mismos. 

Así considerada, la envidia retrotrae al sujeto a lo más primitivo de su ser, al punto que el bien y el éxito ajenos son los referentes habituales que coloca a aquél en un estado de permanente comparación y competitividad auto-destructiva. Rechazando la vía del ejemplo a seguir como una oportunidad para crecer, el envidioso se aísla y sumerge en el oscuro dolor del vacío que experimenta en el plano en el que advierte que su vida se estancó o no le satisface. 

Paralelamente, y como contrapartida, el mismo envidioso en ciertas ocasiones experimenta una engañosa satisfacción y el aliciente de un ficticio y pasajero bienestar sobre aquellos allegados a los que la vida colocó en situación de sufrimiento, dolor o fracaso. Esto explica por qué algunos envidiosos, en determinadas circunstancias, y a modo de fraude auto-compensatorio consigo mismo, adoptan actitudes de servicio y colaboración inusual y calculada hacia quienes deben afrontar situaciones de dolor o sufrimiento. En esto último radica la alegría y la gratificación aparentes del envidioso, al vivir una fantasía de superioridad cruelmente gestada en su vida a través de un ejercicio inadvertido, y no menos cruel, de la violencia blanca. 

El abatimiento agresivo que le provoca la falta de confianza en sí mismo, produce serias disminuciones en su productividad, en su creatividad y en su ignorada capacidad de acción. De esta manera, retroalimenta un circuito regresivo que, de no mediar la identificación y superación de los condicionamientos que generaron su envidia, lo dejará sumergido en las sombras del éxito ajeno. 

Teniendo en cuenta esto, en la segunda parte esbozaremos algunos factores cognitivos que, por acción u omisión, por exceso o por defecto en la educación recibida en el pasado, ejercieron violencia blanca y fueron gestando el estigma de la envidia en la vida personal.



Dr. Augusto Barcaglioni



(Agradeceremos contestar la breve encuesta semanal, ya que una simple tilde nos permitiría aproximar nuestras notas y reflexiones hacia los 
temas más sensibles y críticos)



1 comentario:

  1. es necesario tener en cuenta estas actitudes en los alumnos hacia otros de su clase. Esto sería un impedimento para el progreso personal. En el caso particular de la Educación Física esto puede afectar la participación de los estudiantes en la práctica de algún deporte. "para que voy a jugar si el juega mucho mejor, que juegue él" En estas situaciones nosotros como docentes debemos estar atentos para poder motivar el logro personal.

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