Esta es la expresión que surge de una sensación habitual en muchos padres que, a pesar de ser conscientes y estar convencidos del amor de sus hijos, refleja gran desconcierto, desazón y angustia. De allí que algunos padres se sientan decepcionados por una suerte de ingratitud que no es tal, otros se sientan cada vez más perplejos por una agresión que no es tal y otros permanezcan indiferentes o resentidos por una actitud que no se alcanza a comprender.
Según algunas encuestas informales realizadas
en instituciones educativas y en ambientes familiares, se observa que cerca del
90% de los padres (y sin analizar los verdaderos motivos) afirma tener o haber
tenido algún conflicto, desavenencia o dificultad con sus hijos. A pesar de que
para ciertos padres pertenecientes a una franja reducida (que por causas graves
e inexplicables tiende a ampliarse) existe la sensación de rechazo y de no ser
amados por sus hijos, es casi unánime la sensación de que, efectivamente, sus
hijos los quieren y se sienten seguros del sentimiento filial. Sin embargo, a
pesar de tal certidumbre, la mayoría advierte que, a pesar de ser queridos por
sus hijos, éstos no los soportan.
Surge, entonces, cierto estado de confusión, ya
que parecería no comprenderse cómo el amor de los hijos hacia sus padres
conviva con un sentimiento de cierto rechazo que, en algunos casos, y sin
exceder la virulencia verbal, resulta agresivo. Ello tiene una explicación que
exige a los padres una nueva ubicación ante el problema. De no ser así, queda
abierto el camino del resentimiento, de la victimización o del reproche ante
una actitud que, en definitiva, no se alcanza a comprender en su totalidad.
Los padres deben comprender que la autonomía y
la aspiración a tener vuelo propio son los bienes más preciados para quien está
aprendiendo a vivir y empezando a conocer su mundo interno. En dicho proceso
esos bienes constituyen una conquista frágil que sólo se va fortaleciendo con
la experiencia de la propia vida y con el conocimiento de sí mismo. Mientras
tanto, el largo trayecto a recorrer, si bien es promisorio, grato y alentador
para quien lo recorre, está plagado muchas veces de incertidumbre, inseguridad,
susceptibilidad, falta de confianza en sí mismo, insatisfacción y temor. Mas el
joven que lo recorre está convencido de algo muy profundo: está en juego su
felicidad y su identidad personal.
Lo que no soportan los hijos, sobre todo cuando
han logrado, o están en camino de lograr, cierta independencia es la sensación
de entrometimiento en sus vidas por parte de sus progenitores. Por las razones
mencionadas, esta intromisión no autorizada es percibida unas veces como
invasión, otras como control y otras como simple curiosidad. Y aún siendo
probable que esta sensación sea producto de la fantasía o de la exageración,
propias de quien, desde su insipiencia, está tratando de desplegar sus energías
para emprender con autonomía un camino propio, ello requiere el ejercicio de
una serena ubicación y una equilibrada comprensión por parte de los padres.
Es esto lo que los padres deben comprender,
puesto que tal “rechazo” no está dirigido a menoscabar o a cuestionar la
esencia del amor filial, sino que está vinculado a una lucha interna
relacionada con la necesidad y el anhelo de conquistar una mayor autonomía para
pensar, independencia para decidir y libertad para vivir. Por eso, el arte de
ser padres va a pasar por ejercer el arte de la discreta distancia, a fin de no
asfixiar (o de no crear la sensación de asfixia) la vida de quien pugna y se
pregunta constantemente quién es, qué debe hacer, si lo que hace lo elige por
sí mismo o a instancias de otro.
Sería un error adscribir de manera absoluta y
lineal esta conducta que aparece problemática a meros desequilibrios
emocionales o a perturbaciones de la psiquis.
En tal caso, sería tomar un atajo equivocado y psicologista, al soslayar el
trayecto pedagógico universal que obliga a todo educador a comprender con
amplitud mental el camino escarpado y a veces doloroso que, en la búsqueda de
la propia superación, constituye, al decir de Max Scheller, el “martirio
escultórico de sí mismo”. Este anhelo casi sagrado de acceder a una formación
superior, no debería ser profanado ni siquiera por quienes, al atribuirse un
derecho que no tienen, dejan de cumplir el deber que por naturaleza les cabe.
Dr. Augusto Barcaglioni
(Agradeceremos contestar la breve encuesta semanal, ya que una simple tilde nos permitiría aproximar nuestras notas y reflexiones hacia los
temas más sensibles y críticos)
"Los padres deben comprender que la autonomía y la aspiración a tener vuelo propio son los bienes más preciados para quien está aprendiendo a vivir y empezando a conocer su mundo interno."
ResponderBorrarMe parece la clave del asunto.
No es que no soportemos a nuestros padres, sino que queremos ser nosotros y no sus hijos.
Muchas veces se mezclan los deseos y aspiraciones personales con los deseos y consejos de los padres... y que todos esos pensamientos convivan en una misma mente no siempre es alentador. Sumado a que sabemos que nuestros padres, por lo general, seran tan incondicionales que podremos desquitar nuestras iras y frustraciones con ellos aunque no sean justas.
Pero si yo tuviera la posibilidad de elegir de nuevo, SIEMPRE eligiria al Dr. Barcaglioni como mi papu :)
Excelente la nota, me hizo pensar mucho...
ResponderBorrarMe parece que los padres hoy día, deberían hacer memoria de cuando eran hijos adolescentes, ya que es la edad más conflictiva del ser humano, y recordar el trato que tenían con sus padres y los sentimientos que tenían en esa lucha de autonomía e independencia.
ResponderBorrarCreo que, si bien no debe ser agradable sentir el rechazo de los hijos, deberían apoyarlos y tratar de no sentirse mal al respecto, por el contrario, deberían alegrarse de que se están convirtiendo en adultos y confiar en que la educación que les dieron rendirá sus frutos, ante todo seguir brindándoles apoyo, pero dándoles el lugar y la independencia que piden a gritos.
Hola Verónica, comparto tus reflexiones, ser padre es ayudar a crecer ejerciendo el arte de acercarse para contener y alejarse para liberar. Muy pocos lo pueden lograr; a mi entender, pasa por el equilibrio emocional de los porpios padres.
BorrarSaludos.
Excelente artículo, creo que casi todos los padres hemos experimentado esa desagradable sensación, es una línea muy delicada y sutil el equilibrio entre el pretender guiar, contener y proteger y el incomodar el ejercicio de la autonomía y libre pensamiento con el cual queremos que nuestros hijos asuman posturas propias con fundamentos, responsabilidad y ojala atinadas.
ResponderBorrarHola Dr Barcaglioni: mire, yo no soy padre todavía, pero sí soy hijo, claro. La sensación que tengo yo es que los padres son un reflejo muy parecido al de los hijos, pero más deteriorado. Es difícil enfrentarse a lo que supuestamente vamos a terminar siendo. Los hijos no queremos enfrentarnos a algo que además nos boicotea por cualquier cosa. Así que, yo, me voy a ir preparando para cuando sea padre: cuando mis hijos tengan la mayoría de edad, les doy reverenda patada en el traste y que se olviden de mí para siempre. Total... Un abrazo Dr.
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ResponderBorrarHola Sabino, la idea no me parece descabellada, pero tenés que prepararte para eso, ya que no se trata de una reacción ciega, sino inteligente y orientada a hacer bien y no dañar.
BorrarEn términos de lograr en los hijos la autonomía frente a la vida, los padres debemos prepararnos mucho antes de serlo.
El verdadero afecto permitirá mantener el equilibrio entre la indiferencia (presente en algunos padres) y el pegoteo (presente en muchos más padres). Se trata de trabajar para que sientan que ellos mismos deben ser los constructores de su propia vida a fin de que no sientan ese apego cómodo que los lleva a demandar beneficios a costa de llegar a la sumisión y falta de iniciativas.
Te sugiero que leas en el siguiente link algunos lineamientos prácticos que te podrían interesar: http://barcaglioni.blogspot.com.ar/2012/06/no-interesa-la-caida-sino-la-capacidad.html
Saludos cordiales