El modelo mental como origen de la masacre

Desafíos y oportunidades para la educación


Pasada la instancia policial de la masacre que comentamos en nuestra nota anterior y que sacudió a millones de personas, es necesario observar el modelo mental del cual provienen hechos de esa naturaleza. Si bien todo el mundo quedó impactado ante las dimensiones de una conducta imposible de etiquetar, habrá que centrar el análisis y la reflexión un poco más a fondo del suceso ocurrido y de la consternación provocada. Visto desde el punto de vista sistémico, todo acontecimiento es un efecto que se torna visible después de recorrer el laberinto de los modelos mentales del sujeto. Por tal razón, y para no quedarnos en la superficie y en la periferia de lo que sucede, es necesario superar el nivel de los efectos y avanzar en el análisis y consideración de la matriz de pensamiento que causa y origina sucesos de esta naturaleza.



Este proceso de observación y análisis es la condición pedagógica para la prevención y el restablecimiento de un estado de equilibrio en los patrones de la convivencia social. Decir que esos hechos responden a estados de desequilibrios y perturbaciones psíquicas, es continuar en el campo de las explicaciones que suelen quedar en el rincón de la teorización. Pues aquéllos se generan en el intrincado abanico de las patologías que afectan las emociones y pensamientos de individuos con un historial psico-emocional y cognitivo adverso. Por tal motivo, urge avanzar, a través de una eficiente educación integral e integradora, en la acción formativa de una sociedad que, sin darse cuenta, es consumidora de lo mismo que aborrece y critica.

Basta para ello observar el ridículo de quienes, en búsqueda de protagonismo y con ansia desenfrenada de salir del anonimato, llegan a la mimetización de personajes siniestros. Si ello ocurre, es porque hay un dejo de admiración y complacencia en un comportamiento que luego será imitado sin arte alguno, pero con el halago patológico de acercar la conducta a una transgresión reñida con la convivencia.

No se trata de una exagerada interpretación; en buen romance cognitivo, lo que constituye el campo de la conducta humana tiene su precedente en la imagen mental de la acción a ejecutar. Lo que los mismos espectadores y víctimas tenían en su mente, unos a modo de imágenes complacientes, otros de admiración y otros de conductas de simulación cuasi-conscientes, el autor de la masacre lo concretó con su ejecución haciendo realidad la fantasía de los primeros.

Caerían en una profunda hipocresía quienes, haciendo ostentación y simulando protagonismos absurdos al optar por imitaciones cómplices, no adviertan que entre ellos y el ejecutor de la masacre hay una diferencia de grado en el recorrido de un trayecto de alguna manera compartido. Esta es la fisura cultural que afecta a la sociedad de nuestro tiempo, agravada por el hecho de dar por inofensivo ciertos modelos mentales agraviantes que pugnan más de una vez por salir a la ejecución y que, si bien no se concretan, ello se debe a razones extrínsecas de oportunidad, temor, coerción física o control riguroso.

Esto tiene que advertir a todos los educadores sin excepción. Porque, desde el punto de vista pedagógico-cognitivo, las acciones menores, aparentemente triviales o inconscientes, pueden tener su carga potencial e inesperada de violencia y agresividad. Sus consecuencias tendrán, en lo cuantitativo y cualitativo, un costo superior al que podría representar una educación que enseñe a pensar y una política de modernización de la formación y desarrollo de los docentes.



Dr. Augusto Barcaglioni


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