El
permanente descontento e insatisfacción con que muchos
individuos transitan sus días, generan una suerte de anorexia emocional y obesidad mental que afectan la autonomía y la capacidad de disfrute en
lo familiar, laboral y personal. Esto explica por qué gran parte de los jóvenes
y adultos viven sumergidos en un estado de ansiedad provocado por la falta de confianza en las propias capacidades y
por las angustias del no reconocimiento y de la no aprobación social. Este es
el caldo de cultivo de la sumisión y la pasividad de un sujeto que se ve
impedido de reconquistar el propio espacio
de intimidad y de acceder a la felicidad de una vida autónoma y creativa.
La
idolatría de la imagen social y del rol laboral aparece como referente
implacable que da sentido y somete la vida cotidiana al catálogo de las costumbres vigentes. Así, la mente de cada
persona queda condicionada por el consumo
de estereotipos validados por la frivolidad de una moda aceptada con
reverencia. De allí la aceptación sin
crítica de numerosos modelos de vida
que terminan por usurpar el sitio de la
conciencia y de la propia verdad.
Todo
ocurre según formatos externos certificados por las pautas y creencias sociales
sobre el éxito, el fracaso, el confort y la opulencia. De allí que las formas estereotipadas del prestigio y
de la aceptación social reducen la
vida al consumo compulsivo de bienes
y valores para lograr la aprobación de terceros y satisfacer el ego sin conocer
aún el propio mundo interno. Aquí
emerge la violencia de la uniformidad
a través del efecto nivelador que los estereotipos inculcados ejercen en la mente del sujeto.
En
tanto, el yo aspira a pulir y a buscar el brillo de las apariencias que se fueron
gestando por la uniformidad mecánica en el pensar, en el sentir y en el obrar.
Esto explica por qué el estereotipo del
personaje de moda provoca un impacto
mental uniforme y genera la incapacidad de los individuos para pensar por
sí mismos. Sin la actividad ni agilidad de la propia iniciativa, la inteligencia termina en el sedentarismo de un
pensamiento monótono y repetitivo.
De esta
uniformidad, convencionalmente establecida de antemano y paradójicamente
impuesta por las formas desviadas de la cultura y la educación, surge la incondicionalidad
y la sumisión mental a los “formatos” rutinariamente aceptados por un imaginario social que postula la adhesión a
formas estáticas y a concepciones elaboradas por otros. La pereza mental y la holganza
para pensar constituyen, así, los ingredientes de una inteligencia pasiva y lenta, cuya obesidad le impide pensar con agilidad y creatividad.
De esta manera, los afectados por la creencia de
que nada puede cambiar, actúan, piensan y hablan siempre igual, bajo la engañosa ilusión de que el mundo
permanece fijo y estable. Adolecen de una confianza pueril en la permanencia de
una vida estática y cómoda y soslayan la formación
de nuevas capacidades, ignorando que la rutina y la comodidad son los
gérmenes de la esterilidad sensible, de la falta de voluntad y del
oscurecimiento de la mente.
Dr. Augusto Barcaglioni
(Agradeceremos contestar la breve encuesta semanal, ya que una simple tilde nos permitiría aproximar nuestras notas y reflexiones hacia los
temas más sensibles y críticos)
EXCELENTE TEXTO.
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